Me siento en la orilla del mar Mediterráneo, que está sereno; apenas llegan a besar la orilla unas olas pequeñitas, produciéndose un ruido monótono al golpear los cantos rodados; todo el entorno está en calma, invitando a meditar.
Viene a mi mente el asombro por la belleza e inmensidad del mar azul que se tiende a mis pies, envolviéndome en el misterio de la existencia; la pequeñez del ser humano frente a la naturaleza de la que forma parte, pero al mismo tiempo su grandeza por la capacidad de pensar.
El origen mismo del saber se halla en ese asombro que sentía el hombre al observar la naturaleza, que le llevaba a hacerse preguntas, es decir, el deseo de encontrar la explicación de todo lo que le rodeaba.
La ciencia nos proporciona un conocimiento muy valioso, y siempre teniendo en cuenta que casi nada es definitivo y total, sino que va avanzando. Pero ese conocimiento es limitado. Aún hay preguntas sin respuestas científicas. La ciencia no es un sistema de verdades, sino verdades en sistema, lo que significa que hay mucho de provisional, verdades que pueden ser superadas por nuevas investigaciones.
Por eso la ciencia no resuelve las dudas sobre la conducta humana. ¿Qué debo hacer? ¿Qué norma debe regir mi vida? Es la eterna pregunta a la que se han enfrentado desde la más remota antigüedad los grandes pensadores, sabios, profetas y fundadores de las religiones.
Kant planteó tres preguntas fundamentales: ¿Qué puedo conocer?, ¿Qué debo hacer? y ¿Qué me es dado esperar?.
Encontramos diversas respuestas, pero en lo esencial todos coinciden. Confucio, Buda, Jesús, Mahoma, etc., con diversas formulaciones, exhortan a ser humildes, compasivos, ayudar a los demás, no hacer a otro lo que no queramos que nos hagan a nosotros, respetar la naturaleza, no apropiarse de lo ajeno, superar el egoísmo, y muchas otras formas de buscar el bien.
Grandes pensadores sin connotación religiosa nos han dicho lo mismo. Aristóteles nos habla de la Virtud, Platón tiene como idea fundamental, eje de todo su pensamiento, la idea del Bien, y Kant elabora los imperativos categóricos: “compórtate de tal manera que tu conducta pueda convertirse en norma universal”, y que “el hombre es un fin en sí mismo y no puede nunca ser utilizado como medio”. En definitiva, hacer el bien y evitar el mal.
Las Tablas de Moisés aparecen en un contexto religioso, pero sus mandamientos son formulaciones racionales con las que coinciden los pensadores y sabios que se han ocupado de la conducta humana. Podríamos seleccionar máximas, sentencias y consejos de todos los sabios y pensadores, religiosos o no, y sin duda encontraríamos coincidencia en lo fundamental. Esto me lleva a pensar que no importa el credo ni la valoración sobre nuestra teoría ético-moral para llegar a la conclusión de que la conducta como seres humanos debe tener una norma, una pauta o unos principios que conduzcan a buscar el bien y evitar el mal.
Búsqueda que debe realizarse sin esperar recompensa alguna. Las religiones hablan de la salvación, ya sea en una vida futura, ya en este mismo mundo en que vivimos. Pero el agnóstico, sin necesidad de premio ni castigo, debe buscar igualmente el bien y evitar el mal, porque es la única forma de dar sentido a nuestra existencia y lograr un mundo habitable.
La Psicología nos enseña que nuestra conducta debe estar en consonancia con lo que pensamos. Como seres racionales, sin grandes esfuerzos, descubrimos en nuestra mente esa máxima universal de obrar correctamente. Cuando cometemos acciones contrarias a este principio, se produce una disonancia cognitiva, tenemos mala conciencia, y en este sentido, el esfuerzo debe ser constante para intentar conformar la vida a la racionalidad.
Cualquier persona puede encontrar en su pasado sombras que le gustaría borrar. Pero debemos desechar la culpa y quedarnos con el perdón para, desde el reconocimiento de que nuestra conducta puede que no siempre haya sido la que debería ser, en lo sucesivo intentar adecuarla a lo que pensamos que es bueno, contribuyendo así, en la medida de nuestras posibilidades, a crear un mundo mejor.
En última instancia, como dijo Gandhi, “no debemos perder la fe en la humanidad, que es como el océano: no se ensucia porque algunas de sus gotas estén sucias”.
Fabio Balbuena Domínguez
Licenciado en Filosofía por la Universidad Pontificia de Comillas
Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad Complutense de Madrid
Licenciado en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid
Profesor de Filosofía y Ética en I.E.S. jubilado
Abogado jubilado
Maribel dice
…Precioso post para reflexionar: desechar la culpa y quedarnos con el perdón…
(Insisto en que los Balbuena estáis sembrados)
Gracias
Maribel Orellana Gil