“Todo cambia”(panta rei), decía Heráclito. El tiempo, según Aristóteles, se define como “número de movimiento, según el antes y el después”(numerus motus, secundum prius et posterius). Así, el tiempo transcurrido se descubre en el cambio, porque la realidad misma es cambiante. La vida es un fluir continuo, en el que debemos superar etapas, unas veces dichosas y otras llenas de pesares. Cualquiera que sea la edad que tengamos, de vez en cuando podemos echar la mirada atrás y ver este devenir, que más pronto o más tarde, nos llevará a lo que eufemísticamente se suele llamar la tercera edad.
Existen muchos libros que tratan sobre el tema, como De Senectute, de Cicerón, Elogio de la Vejez, de Hermann Hesse, o Cómo ser mayor sin hacerse viejo, de Enrique Miret Magdalenta.
En esta etapa de la vida, quizás desaparecieron ya muchas personas, padres, esposo/esposa, hermanos y amigos, que han sido pilares básicos de nuestra existencia; y se puede haber perdido la fuerza de la juventud en varios aspectos, pero no la ilusión y las ganas de vivir, de aprender y admirar la belleza. Miramos el universo y, aunque diminutos, nos sentimos parte de él para, sin el sentimiento de creernos indispensables, y con el silencioso desapego de las cosas efímeras, conservar el optimismo y la esperanza de un mundo mejor para todos los seres humanos.
Hay varias maneras de enfrentarse a la vejez. A veces observamos a personas mayores sentadas en un banco de la plaza, con la cabeza baja o con la mirada perdida en el horizonte. Nos preguntamos “¿en qué estará pensando?”. Tal vez está rememorando distintos momentos de su existencia, porque el hombre necesita ensimismarse, como decía Ortega. En las personas mayores la memoria selectiva les hace recordar con nitidez el pasado lejano, y olvidar fácilmente lo más inmediato; por eso los mayores se refugian en el pasado, pues el presente les ha relegado a ese mundo de inacción. Pero es posible aún sentirse capaz de pensar, de dialogar, y dar consejo, si alguien lo pide. Hay grandes personajes de avanzada edad que nos han legado para la posteridad obras admirables. Bastará recordar a Verdi, que compuso la ópera Otelo a los 74 años, y Falstaff a los 80; al escritor Goethe, que terminó Faustoa los 83 años; a Miguel Ángel, pintor, escultor y arquitecto del siglo XVI, que murió a los 88 años en plena actividad creadora; al pintor Tiziano, que pintó obras maestras a los 90 años;a Picasso, que murió a los 91 años cuando aún seguía con su actividad pictórica; o a Pedro Laín Entralgo,filósofo, médico, catedrático de Historia y escritor español, quien mantuvo su actividad intelectual más allá de los 90 años.
Sin pretender llegar, obviamente, a su grandeza, toda persona puede tratar de aportar algo bueno a este mundo cada vez más desorientado, apelando a su inteligencia y su experiencia vital. Dentro de nuestras limitaciones, podemos mantener nuestra actividad, según nuestras especiales características, hasta que nuestra salud nos lo permita. No hay que caer en el desánimo, el aburrimiento y la desilusión. Siempre debemos recordar que la vida es “quehacer”, según Ortega. La vida no se nos da hecha, la tenemos que construir nosotros; estamos obligados a elegir constantemente entre las múltiples posibilidades que se nos abren como un abanico, porque “somos a la fuerza libres”, y fruto de esa libertad, podemos y debemos elegir el amor, la compasión, la generosidad y la alegría.
La edad adulta también es época de mayor serenidad y reflexión, así que podemos aprender la hermosa lección que nos dejó la Madre Teresa de Calcuta: “el fruto del silencio es la oración; el fruto de la oración es la fe; el fruto de la fe es el amor; el fruto del amor es el servicio; el fruto del servicio es la paz”. Aunque también los jóvenes deberían hacerla propia, porque el tiempo no para de realizar esa labor de cambio, y sin duda algún día ellos llegarán a ser también incluidos en el dorado mundo senior.
Personalmente creo que sólo con la fe llegamos a comprender el significado de la vida humana. La fe nos conduce a la esperanza, que Aristóteles definía como “el sueño del hombre despierto”. Es el sentimiento que alentaba a Martin Luther King: «si ayudo a una sola persona a tener esperanza, no habré vivido en vano.»
Siempre es bueno, en fin, aprender a pedir perdón a las personas a quienes hayamos causado dolor, disgustos, o simplemente desilusión, pero también aprender a dar gracias a la vida, que nos ha dado tanto.
Fabio Balbuena Domínguez
Profesor de Filosofía y Ética en I.E.S. jubilado
Abogado jubilado
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