Hoy ha fallecido quien fuera mi pediatra, también el de mi mujer, y después también el de nuestra hija. También lo fue de mis amigos, y sus hijos. Aún lo era, cuando tristemente una enfermedad ha puesto fin a su camino en este plano terrenal.
Por su consulta han pasado miles y miles de niños, abarcando dos generaciones, y dejando detrás suyo una estela de pediatras locales que aprendieron de él. Toda una eminencia como pediatra.
Médico de estilo muy afectuoso y siempre positivo, cuando nos recibía a los padres asustados con los niños malitos siempre tenía palabras tranquilizadoras. Un “eso no es nada”, dicho con tono cálido y sereno, era un bálsamo para los nervios y miedos que todo padre/madre siente al ver a su pequeño malito. Además, era una mente privilegiada, con un don especial, porque a la tranquilidad que transmitía se añadía que siempre acertaba en el diagnóstico y tratamiento.
Y sobre todo, era una gran persona, querida por todos.
Recuerdo una anécdota sobre Einstein contada por Jordi Pigem, filósofo y escritor. Decía que en una entrevista preguntaron a Albert Einstein cuál era la cuestión más importante para la humanidad, y que éste, tras mirar al cielo y a la tierra, respondió que la pregunta más importante que cada uno debería contestar por sí mismo es si el universo es un lugar acogedor. Y Pigem consideraba que es una pregunta vital, puesto que si sentimos que el universo es un lugar hostil, construiremos muros, mientras que si lo percibimos agradable, construiremos puentes.
Sin duda mi pediatra creía que el mundo era un lugar agradable, pues pese a las enfermedades, construía puentes, y sembraba confianza y seguridad para los padres y para sus pequeños.
Si todas las personas fueran como mi pediatra, el mundo sería mucho más acogedor.
Gracias por todo, Doctor.
© 2014 Fabio Balbuena
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